Hace algún tiempo decidí dejar atrás mi renuencia a ser un ciudadano más en un mundo virtual y darle una oportunidad a las redes sociales para ver por mí mismo lo que tenían que ofrecer. Mi travesía comenzó cuando quise mantenerme en contacto con colegas. Simplemente creé un perfil en LinkedIn y prácticamente copié toda la información de mi curriculum. Ocasionalmente acepté o mandé alguna invitación a viejos amigos(as) que estuvieron presentes en diferentes etapas de mi vida.
Para aquellos que me conocen, siempre he disfrutado escribir acerca del amor, desamor y de todo aquellos sentimientos y experiencias que habitan en nuestros corazones, almas y mentes. Sin embargo, la creciente popularidad de Donald Trump fue la chispa que detonó una serie de ensayos y cartas que buscaban crear conciencia de aquellas situaciones que pueden marcar el rumbo de un país o del mundo entero.
Me di a la tarea de publicar acerca de la elección presidencial, pobreza, educación, recuerdos de la infancia, desarrollo económico y otros temas. Mi intención era tener acceso a un medio que me permitiera intercambiar información y generar un debate de ideas que llevara a enriquecer mi acervo cultural. Me da pena admitir que por un breve periodo perdí el rumbo y fui presa de las redes sociales y de todo aquello de lo que quise escapar. Llegue a revisar mi perfil varias veces al día en busca de un “like” o de algún comentario que llenara el efímero vacío de aceptación que albergaba en mi ser. Es decir, escribía por las razones equivocadas.
Por si no esto no fuera suficiente, cree una cuenta en Twitter para publicar mis escritos con la idea de que mis ideas volarían a lugares lejanos. Asimismo, coqueteé con los laberintos de Facebook y creé una cuenta. Mi pasión con Facebook fue fugaz ya que después de 10 minutos de abrir mi cuenta, recordé todas las razones por las cuales me rehusaba a vivir en este mundo virtual.
Soy lo suficientemente ético para admitir que Facebook es un avance tecnológico sin precedentes, un modelo de negocios envidiable y una gran herramienta, pero me di cuenta que no es para mí ya que soy una persona que valora su privacidad.
Considero que es irónico el hecho de que somos una sociedad que ha perdido la confianza de vivir en un mundo terrenal, pero prefiere tener una “conexión” con extraños. Es increíble como la tecnología cambia el contexto de nuestras vidas y hace que se manifiesten, se acepten y se alienten patrones de conductas que en un mundo real se considerarían dignos de un problema conductual severo o un trastorno de la personalidad como el narcicismo. ¿Qué dirían los transeúntes si decidiéramos pasear por la calle mientras mostramos diversas fotos de todo lo que comemos, hacemos o decimos y les presumimos todos nuestros “logros y reconocimientos”?
El mundo de las redes sociales nos obliga a comportarnos como si estuviéramos tratando de “vendernos” ante una empresa en la cual queremos trabajar. Es obvio que este comportamiento es el adecuado cuando queremos demostrar que tenemos las aptitudes, experiencia o conocimiento que determinado puesto requiere, pero porque desgastarnos tratando de siempre vernos “más inteligentes, más guapos (as) y con más dinero del que realmente tenemos”.
¿Cómo nos sentiríamos si tuviéramos a miles o millones de personas acechándonos dentro de las paredes de nuestro hogar, trabajo o cada lugar en el cual estamos? Lo irónico es que al compartir tanta información y detalles personales en las redes sociales eliminamos todos los límites que generalmente queremos establecer en nuestro diario vivir. Es así como somos miembros de una sociedad que disfruta estar al acecho de cada paso que damos y señalar cada imperfección, error o equivocación. En mi opinión, lo peor de vivir en este mundo virtual es que es fácil destruir reputaciones y vidas enteras detrás de una pantalla y bajo el cobijo del anonimato.
Tener un gran número de “amigos o seguidores” puede ser una señal efímera de aceptación o popularidad, pero una vida social sana se compone de relaciones genuinas y sinceras que se construyen con el tiempo.
Saben que soy una persona que disfruta su soledad, pero eso no quiere decir que viva en aislamiento. Me gusta vivir mi vida con los demás, pero no la vida de los demás. Irónicamente, no hay peor aislamiento que estar conectado en la red.
Una de las razones por las cuales las redes sociales representan el último alarido de la moda es por que proporcionan un medio en el cual podemos tener ese reconocimiento que tanto anhelamos. Como seres humanos, es parte de nuestra naturaleza disfrutar del reconocimiento producto de algún logro y queremos compartirlo con el mundo entero. Pero el reconocimiento es como el dinero y el amor, entre más se le persigue, más se esconde.
Quizás llegará el día en el cual me tenga que tragar mis palabras y me veré obligado a ser parte de la revolución digital que han provocado las redes sociales. Posiblemente utilice estas herramientas para hacer mi trabajo más sencillo, pero definitivamente trataré de no quedarme enredado en las telarañas que dichas redes pueden crear.