Por Andres Oppenheimer
Publicada en agosto de 2020
Muchos creen que, al igual que lo que paso con la Gran Depresión de 1929, la recesión económica del COVID-19 provocara un creciente descontento social y un nuevo auge del populismo, el fascismo y quizás incluso una Tercera Guerra Mundial. Pero hay razones para creer en un futuro mucho más esperanzador.
Esa fue mi impresión tras entrevistar a Francis Fukuyama, el famoso autor del libro “El fin de la historia y el último hombre”, y uno de los politólogos más conocidos –y controvertidos– de Estados Unidos.
Fukuyama ciertamente no descarta la posibilidad de que la pandemia tenga impactos políticos nefastos. Tal como escribió recientemente en la revista “Foreign Affairs”, la Gran Depresión de la década de 1930 provoco una reacción mundial contra los poderes establecidos, que llevo al aislacionismo, el fascismo y a la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo podría suceder ahora, señalaba allí.
Pero Fukuyama, quien ensena en la Universidad de Stanford, sonó mucho más optimista cuando hablé con él días atrás. Su optimismo cauteloso se basa en que la pandemia de COVID-19 ha debilitado a muchos líderes populistas o autoritarios.
“Los populistas no han hecho las cosas bien en esta pandemia”, me dijo Fukuyama, mencionando los casos del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador y el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
“No hicieron las cosas bien porque los populistas no quieren ser asociados con cosas impopulares como las epidemias y, por lo tanto, han negado que incluso exista una crisis sanitaria”, señaló.
De hecho, el 59.1% de los estadounidenses desaprueba la respuesta de Trump a la pandemia, en comparación con un 43% por ciento que lo hacía en marzo, según un promedio de encuestas del sitio web FiveThirtyEight.
En México, la tasa de desaprobación de Lopez Obrador ha subido al 42%, del 28% en enero, según una encuesta del diario El Financiero. En Brasil, la tasa de desaprobación de Bolsonaro se ha mantenido más o menos estable en un 44%.
Si bien China aprovecho la pandemia para aumentar su control político sobre Hong Kong, y los presidentes de Hungría y El Salvador dieron manotazos a las instituciones democráticas, la buena noticia es que podríamos ver un retorno a la normalidad democrática en Estados Unidos, me dijo Fukuyama.
“La respuesta de Donald Trump a la crisis ha sido tan mala, que, si las elecciones se celebraran hoy perdería por un margen enorme”, me dijo Fukuyama.
“En ese caso, creo que verías una restauración de un Estados Unidos que quiere involucrarse en el sistema internacional, que se preocupa por los aliados, que rechaza a los populistas y a los líderes autoritarios en Rusia, China y otros lugares”, agrego. “Entonces, en cierto modo, podrías tener algunos muy buenos resultados de esta crisis”.
Cuando le señale que Trump aún puede revertir las encuestas y ganar las elecciones del 3 de noviembre, Fukuyama respondió que eso podría suceder, pero “las tendencias generales no pintan bien para Trump”.
El número de infecciones y muertes por COVID-19 en Estados Unidos sigue aumentando, la economía no se está recuperando, “y realmente no veo nada que pueda pasar en los próximos 100 días que vaya a cambiar eso”, dijo.
En resumen, es demasiado pronto para pronosticar un aumento del nacionalismo y el autoritarismo por la pandemia de COVID-19. También podría conducir al ocaso de líderes populistas o de dictadores, como en el caso de Venezuela.
Recuerden que, así como la Gran Depresión de 1929 condujo al fascismo en Europa, también dio lugar a la elección del presidente Franklin Delano Roosevelt en Estados Unidos en 1933. El plan económico del “New Deal” y la política exterior de Roosevelt llevarían a Estados Unidos a convertirse en la democracia más poderosa del mundo.
Las democracias, a diferencia de las dictaduras, tienen elecciones libres que permiten sacar del poder a los líderes ineptos. No podemos descartar ese resultado en Estados Unidos, México, Brasil y otras democracias populistas, o en dictaduras como Venezuela. Ese sería un efecto inesperado, pero positivo, de la crisis del COVID-19.