La Pascua judía era celebrada desde sus orígenes con una comida. El éxodo de Israel y su salida de Egipto se conmemoró mediante la institución pascual. Celebrada por las tribus en su lugar de asentamiento, la Pascua se restringió más tarde a Jerusalén y al Templo, convertidos en lugares de peregrinación. En tiempos de Jesús, la Pascua era la fiesta más importante de los judíos. Según una tradición judía, la Pascua era asimismo aniversario de la creación. 

El rito fundamental de la Pascua era la cena en familia o en fraternidad, a base de cordero (signo de la compasión de Dios), pan ázimo (miseria sufrida), hierbas amargas (esclavitud) y salsa roja (trabajos forzados en Egipto). Se conmemoraba la liberación de la servidumbre de Egipto, la alegría por la libertad adquirida y la espera de la venida salvadora del Mesías.  

La pasión de Jesús se desarrolla en un contexto pascual, ya que en ese tiempo tuvo lugar la última cena de Jesús, su prendimiento, su interrogatorio y su condena. 

Hoy se interpreta que la última cena de Jesús fue banquete, con los gestos del ritual judío de la comida, es decir, «bendición» del pan y «acción de gracias» por el vino después de haber cenado. Los relatos de la eucaristía omiten la descripción del ritual judío y ponen el énfasis en esos dos gestos. Los relatos de la institución son adaptaciones de las palabras y acciones de Jesús en la última cena. No cuentan lo que Jesús hizo, sino cómo celebraban los primeros cristianos y qué sentido tiene la eucaristía. Los cuatro relatos coinciden en lo que Jesús hizo y difieren en precisar lo que dijo. Jesús se compara a sí mismo con el pan (cuerpo) y el vino (sangre). Según la antropología semita, el hombre es «carne»; la sangre era para los hebreos «sustancia de la vida». El término «cuerpo», en contraste con «espíritu», se emplea para referirse a toda la persona. Está en conexión con el pan; la sangre apunta a la muerte violenta. 

Desde finales del siglo Il la Pascua anual es la fiesta más importante de la Iglesia. De hecho hubo dos corrientes que originaron controversias. La corriente oriental defendía que la Pascua debía celebrarse el Viernes Santo, al atardecer, con una eucaristía. La occidental pensaba que había de festejarse en las primeras horas del domingo siguiente a ese viernes. Por decisión del papa Víctor, se impuso la tradición romana, y empezó a celebrarse la Pascua el Domingo de Resurrección. El concilio de Nicea del año 325 determinó que ese domingo fuera el siguiente a la luna llena del equinoccio de primavera (entre el 22 de marzo y el 25 de abril). 

Los primeros cristianos celebraban la Pascua a la par cronológica que la Pascua judía, hasta que el Primer Concilio de Nicea (en el 325 d. C.) separó la celebración de la Pascua judía de la cristiana. Así, se fijó que esta cayese siempre en domingo, que no coincidiese nunca con la Pascua judía y que se evitase celebrar dos veces en el mismo año. Sin embargo, dejaron el carácter móvil de la fiesta, recordando que Cristo resucitó en la Pascua hebrea.  

Huevo de Pascua 

El intercambio de huevos de Pascua, primero de azúcar y, desde hace cinco siglos, de chocolate, está muy extendido. El hecho de asociar el huevo a la fertilidad y por coincidir la Pascua con la primavera en el hemisferio norte, estación fértil por excelencia, hace que se establezca por toda Europa como símbolo de la Pascua. 

El origen viene de los antiguos egipcios, quienes acostumbraban regalarse en ocasiones especiales, huevos decorados por ellos mismos. Los decoraban con pinturas que sacaban de las plantas y el mejor regalo era el huevo que estuviera mejor pintado. Ellos los ponían como adornos en sus casas. Uno de estos primeros cristianos, se acordó un día de Pascua, de lo que hacían los egipcios y se le ocurrió pintar los huevos que iba a regalar. A los demás cristianos les encantó la idea y la imitaron. Desde entonces, se regalan huevos de colores en Pascua para recordar que Jesús resucitó. Poco a poco, otros cristianos tuvieron nuevas ideas, como hacer huevos de chocolate y de dulce para regalar en Pascua. Son esos los que regalamos hoy en día. 

En los países de tradición ortodoxa se intercambian huevos de color carmesí para recordar la sangre de Cristo.​ Los armenios los vacían y los decoran con imágenes de Cristo y de la Virgen. Y en Polonia y Ucrania, por Pascua, hacen obras de arte con cera fundida sobre su cáscara.  

La historia del conejo de Pascua cuenta que, cuando metieron a Jesús en el sepulcro que les había dado José de Arimatea, había dentro de la cueva un conejo escondido, que muy asustado veía cómo toda la gente entraba, lloraba y estaba triste porque Jesús había muerto. El conejo se quedó ahí viendo el cuerpo de Jesús cuando pusieron la piedra que cerraba la entrada y lo veía y lo veía preguntándose quien sería ese Señor a quien querían tanto todas las personas. 

Cuando de repente el conejito vio algo sorprendente: Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva. El conejo pensó que Jesús era el Hijo de Dios y decidió que tenía que avisar a todas las personas que lloraban que ya no tenían que estar tristes porque Jesús había resucitado. Como los conejos no pueden hablar, se le ocurrió que, si les llevaba un huevo pintado, ellos entenderían el mensaje de vida y alegría, y así lo hizo. Desde entonces, cuenta la leyenda que, el conejo sale cada Domingo de Pascua a dejar huevos de colores en todas las casas para recordar al mundo que Jesús resucitó y hay que vivir alegres.