Juan Antonio López Benedí Ph.D
Cada día millones de personas, en todas las grandes ciudades del mundo se encuentran envueltas en ruidos, pequeños y grandes. Nuestra capacidad de adaptación nos lleva a irnos acostumbrando a ellos, hasta que parece que no los oímos. Pero sus efectos nos repercuten en muchos sentidos. Por ello mismo, hace tiempo que se considera y se mide la “contaminación acústica”. No obstante, como dicen Miriam Alfie Coheni y Osvaldo Salinas Castillo: “Pocas son las ciudades que han iniciado campañas para disminuir y paliar los efectos provocados por el ruido”. Uno de los efectos derivados de ese ruido constante, para quienes vivimos en grandes ciudades, es la disminución auditiva. Según estudios realizados en la Unión Europea en 2005, “80 millones de personas están expuestas diariamente a niveles de ruido ambiental superiores a 65 dBa y otros 170 millones están a niveles de 55-65 dBa“, siendo el límite más alto deseable, según la Organización Mundial de la Salud 70 dBa. Esto sería fundamentalmente en relación con el aspecto físico de la audición. Hay otro aspecto relacionado con la sensibilidad emocional, afectiva, al que se le da menos importancia en los estudios pero que puede afectarnos aún más. Este último sentido suele relacionarse más con los índices de estrés, especialmente para las personas que cada día recorren grandes distancias en transporte público. A los ruidos derivados del tráfico, en este caso, se le unen otros elementos estresantes como la contaminación atmosférica y visual, como dice Javier Urbina Soria. También debe valorarse en este sentido el ritmo acelerado de vida, debido a la competitividad y la ambición consumista. Estas situaciones deberían llevarnos a añorar el silencio como forma de descanso y medicina anímica. En ciertos casos es así, aunque una gran mayoría de personas temen también el silencio. Cuando se encuentran solas vuelven a envolverse en ruidos: música, radio y televisión. Y un elevado porcentaje no lo hace por melodías o mantenerse informados, que sería lo natural. Lo hacen simplemente para escapar del silencio. El ruido se convirtió también para ellas en una especie de droga a la que se encuentran enganchadas. Cuando es ese el caso, debe prestarse mucha atención. La necesidad de huir del silencio es un síntoma de ciertos procesos de ansiedad y vacío existencial. El silencio nos permite escucharnos más a nosotros mismos, “habitarnos”. Si tenemos dificultades en ese aspecto quiere decir que, en alguna medida, nos estamos rechazando a nosotros mismos o tenemos miedo de mirar algún asunto pendiente. Sin embargo, como ya deberíamos saber, la huida o la negación de los problemas no los solucionan. Cuando esto es así, se reducen inmediatamente nuestras “cotizaciones” en la bolsa de la vida; valemos menos ante nuestros propios ojos. En esto consiste la baja autoestima. Es como si nos auto acusáramos constantemente de “cobardes” y nos condenáramos a algún tipo de autocastigo, directo o indirecto, que algunos atribuyen a Dios o a la mala suerte. Cuando gestionamos adecuadamente nuestro íntimo sentido de valor, cuando nos sentimos valiosos, el silencio no es un problema; muy al contrario. El valor del silencio se encuentra cuando nuestro “brillo interno” permite iluminar las fuentes de nuestra creatividad, nuestro gozo y felicidad profunda. Esta es la vía que, en todas las religiones, de una u otra forma, aparece como referencia de liberación, iluminación o Cielo interno. Así se adquiere la vivencia de la coherencia y satisfacción plena. Muchas personas se han referido a tal estado a lo largo de la historia de la humanidad y fueron consideradas santas. Pero todos podemos gozar de esos pequeños o grandes gozos místicos; todos podemos visitar el Paraíso. No hace falta ser continuamente perfectos. Sería suficiente con aprender a disfrutar del silencio y descubrir la música sonriente que nos ofrece en todo momento. Si por ahora no podemos hacerlo, tampoco es necesario sentirnos culpables de nada. Sólo necesitamos a descubrir el camino y despejar las nubes de nuestras auto condenas o sospechas de culpabilidad. Descubrirás el valor del silencio cuando pongas en orden tus estructuras internas y externas; en estado de coherencia. El Paraíso te espera en tu interior, sea cual sea tu circunstancia exterior. Cuando te das cuenta de eso, comienzas a ser libre. Como ya planteó Buda, descubres la no necesidad del Nirvana. La Educación en Valores debería llevarte a eso. Si hasta ahora no lo habías conseguido, este es un buen momento para comenzar. Es el momento de darte cuenta con precisión por qué eres una persona valiosa y que puedes hacer uso de esa riqueza. En esa forma comenzarás a ver también la riqueza, el valor, en todo lo que te rodea. Si quieres comprobarlo, podemos ayudarte. Te mereces vivir desde tu mejor versión.
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