POR ISMAEL CALA
La extrema politización de todos los aspectos de la vida, el creciente fanatismo y la excesiva corrección política parecen tener al mundo con las uñas afiladas.
Cada vez que una familia se rompe por discusiones políticas, como sucedió en Cataluña cuando quiso separarse ilegalmente de España, o en la Cuba de Fidel Castro; cada vez que amigos fieles dejan de hablarse porque votarán a partidos distintos; cada vez que agreden a alguien por su color o procedencia, víctima de los discursos de odio, el mundo empeora un poco más.
Según un estudio reciente de Pew Research Center, los partidarios de Donald Trump y Joe Biden están divididos no solo en sus puntos de vista sobre los dos candidatos, sino también por sus relaciones personales: “Aproximadamente, cuatro de cada diez votantes registrados en ambos partidos dicen que no tienen un solo amigo cercano que apoye al otro candidato, y menos de una cuarta parte dice tener unos pocos amigos que lo hacen”.
Es cierto que la Humanidad ha avanzado muchísimo a través de los siglos. Los niveles actuales de paz son superiores a otras épocas y contamos con poderosas herramientas como la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el imperio de la ley y la democracia, en una gran mayoría de países.
Sin embargo, los seres humanos, quizás confiados por la lejanía de guerras sangrientas o de hambrunas no comparables a las actuales, estamos poniendo en peligro todo lo hasta ahora alcanzado. No es catastrofismo, sino un llamado de alerta a nosotros mismos.
Resultan preocupantes los niveles de polarización. Las redes sociales, el gran invento que democratizó el acceso a la comunicación, hoy parecen la selva de la mentira y el insulto, sin ley ni auto-regulación. “El chisme es una plaga peor que el Covid”, dijo el papa Francisco hace unos días. No era la primera vez que abordaba el tema.
En los medios también cometemos errores. Quien a diario se pone frente a una cámara o un micrófono, siempre corre el riesgo de equivocarse. Si no es hoy, será mañana. Son cuestiones casi inherentes a la profesión. La clave está en si hubo o no intención, en la disculpa y en la reparación.
Al decir del doctor Vishwas Chavan: “Admitir un error no es una debilidad; por el contrario, muestra una apertura de tu corazón. Se necesita agallas para decir lo siento. Solo un individuo fuerte y equilibrado con claridad de mente puede hacerlo sin esfuerzo”.