Para mi gran sorpresa al llegar a Dinamarca, prácticamente nadie aquí usa una mascarilla facial en la calle o dentro de tiendas o restaurantes. Es casi como si la pandemia de COVID-19 fuera un recuerdo lejano.
Tan pronto como salí del aeropuerto de Copenhague y tomé un taxi hacia la ciudad, el conductor, que no llevaba mascara, me dijo que no era necesario que usar cubrebocas en Dinamarca. “Eso dejo de ser un requerimiento desde hace varios meses”, me señaló. Cuando entramos en la ciudad, note que, efectivamente, casi nadie tenía la cara cubierta.
En Dinamarca, el 72% de las personas han sido completamente vacunadas, en comparación con el 51% de la gente en Estados Unidos, el 31% en Argentina y el 25% en México. Y a Dinamarca le ha ido mejor que a la mayoría de los países en el combate contra la pandemia.
El numero acumulado de muertes por COVID-19 por millón de habitantes en Dinamarca es de 442, en comparación con 1,904 en Estados Unidos, según el mapa de COVID-19 del sitio web Ourworldindata.org de la Universidad de Oxford.
En conversaciones con varios daneses, prácticamente todos me dijeron lo mismo: a Dinamarca le ha ido bien porque la mayoría de la población siguió los consejos del gobierno, y de los expertos, desde el principio de la pandemia.
Cuando el gobierno a principios del año pasado ordeno una cuarentena bastante estricta, la gente le hizo caso. Cuando el gobierno le pidió a la gente que se vacunara, casi todos lo hicieron. Los funcionarios oficiales dicen que la mayoría de quienes no se vacunaron eran jóvenes, que sintieron que COVID-19 no era una amenaza para ellos. Ahora, el gobierno ha lanzado una campaña de vacunación en escuelas y universidades, con la que espera llegar a un nivel de vacunación completa del 90% de la población.
Para ingresar al país, uno debe mostrar una prueba COVID-19 negativa tomada en las últimas 72 horas. Cada vez que fui a un restaurante, me pidieron un certificado de vacunación. Sin embargo, el gobierno anuncio días atrás que suspenderá ese y todos los demás requerimientos internos a partir del 10 de septiembre, porque el virus está bajo control.
“Creemos en las autoridades, creemos en los expertos”, me dijo en una entrevista Bertel Haarder, miembro del parlamento danés y ex ministro de Educación y Cultura. “Cuando los expertos nos dicen que debemos vacunarnos, los daneses tienden a vacunarse”.
Gert Tinggaard Svendsen, un profesor de ciencias políticas de la Universidad de Aarhus, me dijo lo mismo.
“Aquí, la gente confía en el gobierno”, me dijo Svensen. “Cuando el gobierno les dijo a los daneses que era bueno ponerse las vacunas, la gente confió en el gobierno”
Si me preguntan por qué no sucedió eso en Estados Unidos, y por qué todavía tenemos tantos ignorantes que creen saber más que la comunidad científica y no se vacunan, mi respuesta es esta: aparte de las posibles diferencias culturales, Estados Unidos ha tenido un presidente, Donald Trump, que minimizó la pandemia desde el primer día.
En febrero de 2020, cuando Dinamarca estaba a punto de ordenar una cuarentena nacional, Trump decía que “todo estará bien” y que la pandemia “no me preocupa en absoluto”. Trump por lo general no usaba mascarilla, y sugirió que la gente se inyectara con desinfectantes para combatir el COVID-19.
Y el Partido Republicano, con honrosas excepciones, ha abandonado el sentido común y está siguiendo los pasos de Trump, oponiéndose a los requerimientos de usar mascarillas y evitando hacer campanas activas para incentivar la vacunación.
Su objetivo es dañar la inicialmente exitosa campaña del presidente Joe Biden para vencer al virus. Eso es una locura, que está costando muchas más vidas de estadounidenses que las perdidas en Afganistán o en cualquier otra guerra.
Hay que seguir el ejemplo de Dinamarca. No estoy sugiriendo hacerle caso a nuestros políticos, porque hemos tenido una mala experiencia con eso. Pero deberíamos seguir lo que dice el consenso de la comunidad científica: ¡Vacúnense, usen una mascarilla y mantengan la distancia social! Dinamarca lo hizo desde el primer día, y le ha ido muy bien.