Puede que sea demasiado pronto para cantar victoria, pero hay buenas noticias para la democracia en el mundo: los dos países más grandes de las Américas, Estados Unidos y Brasil, han evitado crisis constitucionales que amenazaban con destruir sus democracias.
La creencia generalizada en Washington era que los republicanos de extrema derecha que todavía niegan el triunfo del presidente Joe Biden en el 2020 –a pesar de que la Corte Suprema de Justicia y más de 60 tribunales inferiores lo confirmaron– ganarían cómodamente las elecciones intermedias del 8 de noviembre.
Eso habría colocado a estos candidatos extremistas en gobernaciones y otros cargos estatales claves para manipular las elecciones presidenciales de 2024.
En cambio, casi todos estos candidatos respaldados por el ex presidente Donald Trump perdieron el 8 de noviembre en los estados competitivos. Los estadounidenses demostraron que, si bien están preocupados por la inflación y el crimen, también están cansados del desprecio de Trump por la regla más básica de la democracia: aceptar la voluntad del pueblo.
Incluso algunos importantes ex partidarios de Trump, como el diario The Wall Street Journal, publicó un editorial elocuente el 9 de noviembre bajo el titular, “Trump es el mayor perdedor del Partido Republicano”.
El editorial señalaba que Trump hizo que el Partido Republicano perdiera las elecciones intermedias de 2018, las presidenciales de 2020 y ahora, al nombrar y hacer campaña por candidatos que repiten la falsa narrativa del ex presidente sobre las elecciones que perdió, fue el causante de que no se produjera la ola republicana que se esperaba en las elecciones intermedias de 2022.
“Quizás ahora los republicanos estén hartos y cansados de perder”, concluyó el editorial. Por supuesto, se puede argumentar que tras el anuncio de Trump el martes 15 de noviembre de que se postulara para la presidencia en 2024, las elecciones intermedias son una noticia vieja, y que el candidato populista estadounidense ha logrado colocarse una vez más en el centro del escenario político.
Pero Trump llega debilitado a esta contienda. La razón principal por la que anunció su candidatura tan temprano es que teme que muy pronto se presenten acusaciones federales y estatales formales en su contra, incluidas las relacionadas con su intento de golpe de Estado en la toma del Capitolio el 6 de enero de 2020, y su aparente robo de documentos secretos de la Casa Blanca.
Trump no tuvo más remedio que anunciar su candidatura a la presidencia, para fortalecer su narrativa de que es una supuesta víctima de una persecución política de los demócratas para frustrar su regreso a la presidencia. Está huyendo para adelante.
Pero no le será fácil ganar la candidatura. Muchos lideres de su propio Partido Republicano dicen que quieren centrarse en el futuro, y que la polarización creada por Trump ahuyenta a los votantes independientes y a los republicanos moderados.
En Brasil, por otro lado, también se evitó una crisis constitucional, cuando el presidente saliente Jair Bolsonaro admitió su derrota en las elecciones del 30 de octubre, y los temores de que diera un golpe no se materializaron. Bolsonaro, un líder de ultraderecha y aliado de Trump, había sugerido meses atrás que el sistema electoral de Brasil es imperfecto, y que no aceptaría un resultado electoral adverso. Pero acepto su derrota, aunque de mala gana, y prevalecieron las instituciones democráticas de Brasil.
El presidente electo de izquierda, Luiz Inacio Lula da Silva, puede resultar un mal presidente, ahuyentar inversiones y decepcionar a muchos de sus seguidores, porque a diferencia de su mandato anterior del 2003 al 2010 no disfrutara de una bonanza de los precios de las materias primas. Pero Lula tendrá una fuerte oposición bolsonarista en el Congreso que le impedirá hacer mucho daño.
Es cierto que la democracia no está avanzando en toda a la región. Está bajo ataque en México, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador quiere desmantelar el muy respetado Instituto Nacional Electoral, que ha sido el principal garante de elecciones libres y justas desde 1996.
Pero el hecho de que Estados Unidos y Brasil, dos de las democracias más grandes del mundo, hayan sorteado serios desafíos al estado de derecho debería ser motivo de celebración. En tiempos que los populistas autoritarios parecían estar ganando en todos lados, la democracia acaba de ganar dos importantes batallas.