Un ranking de percepción de corrupción en 180 países recientemente publicado por Transparencia Internacional confirma lo que muchos de nosotros sospechábamos: la mayoría de los países latinoamericanos figuran como más corruptos que el promedio mundial.
Lo que es peor, los países de la región no están avanzando en la lucha contra la corrupción. La única buena noticia es que, como explicare más adelante, los expertos se están enfocando cada vez más en una herramienta clave para combatir la corrupción: la educación.
Solo tres países latinoamericanos -Uruguay, Chile y Costa Rica- son percibidos como menos corruptos que el promedio mundial, según la organización no gubernamental con sede en Berlín. La clasificación anual se basa en estudios de una docena de instituciones financieras internacionales y grupos empresariales.
Los países menos corruptos en el ranking mundial son Dinamarca, Finlandia, Nueva Zelanda, Noruega, Singapur, Suecia y Suiza. Estados Unidos se ubica en el puesto 24 entre los más honestos del índice.
Venezuela no solo es percibida como el país más corrupto de América, sino uno de los cuatro más corruptos del mundo, solo por detrás de Sudan del Sur, Siria y Somalia, dice el ranking. Haití y Nicaragua no se quedan atrás
Casi todos los demás países latinoamericanos figuran como más corruptos que el promedio mundial. México aparece como más corrupto que Argentina, Brasil, Ecuador, Panamá y Perú.
Delia Ferreira Rubio, presidenta de Transparencia Internacional, me dijo en una entrevista que la mayoría de los países latinoamericanos se han quedado estancados en los mismos lugares del ranking en los últimos años.
Cuando le pregunte que habría que hacer para combatir más eficientemente la corrupción, lo resumió la primera prioridad, en una palabra: educación.
A menos que a los niños se les ensene en la escuela desde la primera infancia sobre el poder destructivo de la corrupción, la gente seguirá tolerándola y nada cambiara, me dijo.
Por supuesto, los países necesitan instituciones sólidas e independientes, buenos sistemas de controles, y poner fin a la impunidad de los funcionarios gubernamentales y empresarios corruptos. “Pero a largo plazo, este es un problema de educación, de civismo, de ciudadanía”, me dijo.
Lo que me pareció más interesante aun, Ferreira Rubio me dijo que es relativamente fácil ensenar a los niños a luchar contra la corrupción. Una maestra puede contar casos hipotéticos simples, que los niños pueden entender.
Por ejemplo, una maestra puede contar la historia de un partido de futbol imaginario entre niños de primer grado “A” y primer grado “B”, en el que el árbitro es el padre de uno de los jugadores del primer equipo.
Luego, la maestra puede preguntarles a los niños si el árbitro puede ser justo, o si lo más probable es que vaya a favorecer al equipo de su hijo.
De esa forma, los niños pueden aprender el concepto de conflicto de intereses, discutirlo en clase, evaluar sus consecuencias y generar propuestas para evitarlo.
“Todos los niños pueden entender historias como esta”, me dijo Ferreira Rubio. “Lo he probado con niños reales, y no falla nunca”.
Otro ejemplo que la maestra podría usar es la historia de un hipotético funcionario que, como favor a un amigo, le otorga un contrato para construir un puente a pesar de que su amigo no está calificado para hacer ese trabajo. El puente se derrumba poco después y muchas personas mueren.
La discusión en clase podría centrarse en como los funcionarios a veces pueden hacer algo aparentemente inocuo, como ayudar a un amigo, a expensas de la sociedad.
Impartir clases anti corrupción en las escuelas sería una gran idea, porque no habrá progreso en la lucha contra la corrupción si existe apatía social sobre el tema.
Por supuesto, los latinoamericanos han reaccionado muchas veces contra la corrupción gubernamental, como lo vimos en el caso Lava Jato de Brasil en 2014 o en el “escándalo de los cuadernos” en Argentina en 2018. Pero muchas veces, la gente se aburre después de un tiempo, especialmente si los actos de corrupción quedan impunes.
La lucha contra la corrupción debe comenzar en las escuelas. Si fuera un tema obligatorio en las escuelas, obviamente no cambiarían las cosas de la noche a la mañana, pero probablemente ayudaría mucho en el futuro.