En estas semanas he trabajado con muchos expertos en tecnología, cosa que no abunda. Aun así, cada vez sabemos menos, y todos los días la bendita tecnología cambia. Cada vez dependemos más de internet, pero nos juega serios problemas con su estabilidad y calidad, por más que paguemos. Me explico:
- No todos somos expertos en estos asuntos.
- No todos fuimos educados desde la niñez en el uso de la tecnología, que hoy es tan importante.
- Otros somos casi autodidactas. Con algo de orientación, vamos practicando, sin conocer a fondo la teoría. Si le sumamos el “lenguaje de los expertos”, que parecen hijos de Sigmund Freud, con un estilo denso que pocos entienden.
Esto crea serios problemas:
- Hay muchos ladrones en la industria de la tecnología. Dicen saberlo todo o simplemente “saber”, y es mentira… Eso sí, cobran como si supieran. Me sorprende como casi todos hablan: “se fue viral”, “hay que hacer un funnel”, y miles de palabritas domingueras que solo confirman la mala autoestima de estas personas. Como aprendí en PNL, si se comunicó y no lo entendieron, usted es el responsable.
Un buen comunicador hace lo imposible por comunicar verdaderamente y ser entendido por su audiencia. ¿Qué tiene esto que ver con la autoestima de ese ser humano? Por lo general, la gente que se comunica así se siente “importante”, porque saben más que los demás (creen ellos) y tienen que preguntarle mucho.
Los verdaderos genios hablan de manera sencilla y clara, son directos, sencillos y se preocupan por enseñar. Mientras más se estudia, solo se confirma que no sabemos nada. “Yo solo sé que no sé nada” (Sócrates).
La comunicación debe ser sencilla, clara. Su verdadero objetivo es enseñar a otro de forma amena, llana, entretenida.
La buena comunicación es decisiva para una relación significativa. Se basa en hablar de forma directa, sin usar a otros para llevar el mensaje, llamados por nosotros, los expertos en comunicación, “los teléfonos”, que distorsionan lo que se dice.
Nunca nos comunicamos bien, porque tenemos que interpretar lo que nos dicen. Y al interpretarlo, le damos parte de lo que somos, lo que afecta nuestra cosmovisión del mundo y cada uno lo ve a su manera. Por eso, no es real la realidad. Solo existe mi realidad. Al interpretar lo que veo, le pongo —quiera o no— “cómo” yo lo veo.