Los presidentes de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, México, Honduras y Cuba están tratando de reescribir la historia sobre los recientes acontecimientos en Perú, poniendo en duda la legitimidad de la presidenta Dina Baluarte e instalando el falso relato de que hubo un golpe parlamentario allí.
Sin embargo, lo que dicen es totalmente falso.
Lo que es peor, están echándole lena al fuego a la crisis de Perú. Al menos 56 personas han muerto en las últimas semanas en enfrentamientos entre la policía y grupos violentos de izquierda que piden la renuncia de Baluarte.
La mayoría de los constitucionalistas peruanos coinciden en que, si bien hay que investigar y castigar si hubo uso excesivo de la fuerza por parte de las fuerzas de seguridad contra los manifestantes, no hay duda de que Baluarte es una presidente legitima.
La mandataria es una abogada y política que era la vicepresidenta del expresidente de izquierda Pedro Castillo, quien fue cesado por el Congreso después de que intento un golpe de estado el 7 de diciembre para obtener poderes absolutos.
Castillo dio un discurso nacional por televisión ese día ordenando la disolución del Congreso y anunciando que gobernaría por decreto. Fue un autogolpe clásico, como el que llevo a cabo el expresidente peruano de derecha Alberto Fujimori en 1992.
Y, sin embargo, los presidentes de Argentina, Colombia, México y otros países ahora están tratando de cambiar los hechos y pintar a Castillo como una pobre víctima.
El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, dijo en un mensaje grabado en video a la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) del 24 de enero que “fue una infamia lo que le hicieron con Pedro Castillo y la forma en que están reprimiendo al pueblo” en Perú. Los presidentes de Colombia, Argentina, Bolivia y Chile hicieron declaraciones similares.
El dictador cubano Miguel Diaz-Canel, cuyo país no ha permitido elecciones libres en los últimos 64 años, afirmo hace pocas semanas que la destitución de Castillo “es resultado de un proceso dirigido por las oligarquías dominantes para subvertir la voluntad popular”. Si, no es chiste, Cuba ahora está dando lecciones de democracia.
Pocos días atrás, entrevisté al expresidente peruano Francisco Sagasti, bajo cuyo mandato se realizaron las elecciones de 2021 y quien, aceptando su resultado, transfirió el poder a Castillo.
Sagasti, un ingeniero y exasesor del Banco Mundial que la semana pasada se mudó a Washington para unirse al centro de estudios Wilson Center, me dijo no hay duda de que Castillo dio un golpe. “Lamentablemente, algunos lideres de otros países tienen una percepción muy distorsionada de los acontecimientos recientes en Perú”, me señaló.
Es cierto que los sectores más conservadores habían afirmado falsamente que la elección de Castillo había sido fraudulenta, y que trataron de hacerle la vida imposible desde el primer día, señaló.
Pero, al dar la orden de disolver el Congreso, Castillo violo la constitución y estaba “en camino de convertirse en un dictador, y eso es absolutamente inaceptable”, me dijo Sagasti.
En cuanto a la actual presidenta Baluarte, es una presidenta legitima, porque “no hemos visto una ruptura del orden constitucional, como algunos quisieran hacernos creer”, agrego.
Cuando le pregunte sobre la violencia actual en Perú, el expresidente dijo que a diferencia de otros países que sufren de polarización política, Perú sufre de atomización política, lo que significa que tiene muchas facciones étnicas y políticas que se oponen ferozmente entre sí.
Para salir de esta crisis, Sagasti propone un “mediador creíble” como el Consejo Interreligioso de Perú, un grupo integrado por 16 credos, para llevar las demandas de los manifestantes a las autoridades y buscar una solución negociada. La presidenta Baluarte ha ofrecido celebrar elecciones anticipadas este año o principios de 2024.
Los críticos del gobierno peruano tienen razón al exigir una investigación sobre si las fuerzas de seguridad hicieron un uso exagerado de la fuerza para sofocar las violentas protestas en las últimas semanas y liberar las rutas y aeropuertos tomados por los manifestantes. Pero los países latinoamericanos deberían estar ayudando a la asediada presidenta Baluarte de Perú, en lugar de estar moviéndole el piso.